

Hace pocos años, caí en cuenta de la amplitud y seriedad del fenómeno. En una visita a Nueva York coincidí con un joven profesor de la Universidad de Yale. En la conversación se trataron muchos temas, pero el académico, que había mostrado unas cualidades fuera de lo común y ya había publicado en muy importantes medios de prensa, cautivó mi atención cuando habló de la situación de los estudiantes en Yale. Según dijo, a la administración universitaria le resultaban indiferentes los estudiantes graduados. Estos eran pocos en comparación con los de sub grado y, probablemente, se dedicarían, luego de terminar sus estudios, a empeños poco remunerados como ser físicos, curadores de arte o profesores de sociología. De su grey, no saldrían “billonarios”.
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