

8 de julio de 2025 - 11:10 PM
En los pasados meses, figuras del mundo empresarial han desestimado la importancia del balance entre la vida personal y profesional.
Una de estas es Emma Grede, cofundadora de Skims y CEO de Good American, quien afirmó que “el equilibrio entre el trabajo y la vida no es problema de tu empleador” y que priorizarlo es una “red flag”.
Este discurso no solo es alarmante, sino también revelador de una cultura que aún romantiza la explotación. Desde la psicología organizacional, sabemos que esta narrativa perpetúa dinámicas abusivas en las que el empleado se convierte en único responsable de su bienestar, incluso dentro de entornos laborales estructuralmente insostenibles.
Negar el derecho a una vida fuera del trabajo, bajo el disfraz de “pasión” o “compromiso”, es una forma sofisticada de control emocional.
Esta estrategia, conocida como “gas-lighting organizacional”, invalida las emociones del trabajador, haciéndole entender que si está agotado, no ve a su familia o si está considerando renunciar, el problema es él.
Estos mensajes provienen muchas veces de mujeres líderes y generan una contradicción dolorosa: por un lado, se admira su éxito; por otro, se normaliza la idea de que alcanzar ese éxito requiere sacrificar salud mental, relaciones personales y dignidad.
La lealtad no se exige a costa del agotamiento; la creatividad no florece en medio del “burnout”, y los seres humanos no son recursos sacrificables.
Si el “éxito” exige que dejemos nuestra humanidad, entonces tal vez no sea éxito lo que perseguimos.
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