

Antes de entrar en materia, y descifrar ese número que encabeza el artículo, merecemos un pequeño desvío: Los testimonios norteamericanos sobre nosotros los puertorriqueños oscilan entre la empatía y el sarcasmo. Cuando el Dr. Francis W. O’Connor visitó Puerto Rico en 1927, auspiciado por la Rockefeller Foundation para planificar importantes estudios epidemiológicos y sentar cátedra en la recién inaugurada Escuela de Medicina Tropical, su Diario se caracteriza por una empatía que a veces alcanza un aprecio profundo de los puertorriqueños y de sus esfuerzos salubristas. Solo un comentario mordaz encontramos en su ecuánime prosa: Compara La Perla con un barrio del Londres de Dickens y a su gente como “the last resort of degraded humanity”. Hasta ahí su arrogancia imperial.
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