De la misma manera que el perro en la boca de la Laguna del Condado desapareció por las marejadas de Hugo y María, el fuerte San Gerónimo podría desaparecer con las marejadas de las alianzas público-privadas, escribe Rodríguez Juliá
De la misma manera que el perro en la boca de la Laguna del Condado desapareció por las marejadas de Hugo y María, el fuerte San Gerónimo podría desaparecer con las marejadas de las alianzas público-privadas, escribe Rodríguez Juliá
En días recientes hemos contemplado la santa ira de la patriotería boricua ante la venta del Palacio Episcopal y el Seminario Conciliar. El arzobispo Roberto González, siempre identificado con la defensa de la identidad puertorriqueña, fue el responsable de esta venta de remate a un inversionista norteamericano, de nombre, ¡oh justicia prosaica!, Matthew Donowho. Sin mayores empachos se vendió casi toda una manzana de historia urbana, eclesiástica y educativa, por ocho millones de dólares; posiblemente fue por una cifra mayor, pero la curia eclesiástica local cuida sus cartas con el celo y la secretividad del Opus Dei. La obra de Dios sobre Borinquen Bella es inescrutable.
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