Si las decisiones de los jueces del país dependieran de sus preferencias ideológicas personales, más que de la corrección jurídica de sus fundamentos, no seríamos una sociedad madura. Estaríamos aún gateando, escribe Hiram Sánchez Martínez
Si las decisiones de los jueces del país dependieran de sus preferencias ideológicas personales, más que de la corrección jurídica de sus fundamentos, no seríamos una sociedad madura. Estaríamos aún gateando, escribe Hiram Sánchez Martínez
Escuchar a Edwin Mundo decir que el Dr. Ricardo Rosselló perdería el caso mientras este se dilucidaba porque la jueza Rebecca de León era popular me hizo recordar la primera vez que escuché semejante teoría de labios del abogado Carlos Romero Barceló. Entonces él, siendo gobernador, alegó que el Tribunal Supremo de Puerto Rico resolvió un caso en contra de los intereses del PNP porque los jueces del Supremo eran populares. Para esa época yo era un abogado en mis veinte años de edad comenzando a ejercer la profesión y venía de una formación jurídica universitaria en la que había aprendido que, de los tres Poderes constitucionales de gobierno, el Poder Judicial era el más débil. Y era cierto.
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