Casi río cuando vi que al final de “Crimen y Castigo”, Raskolnikov soñó con una pandemia, escribe Cezanne Cardona
Casi río cuando vi que al final de “Crimen y Castigo”, Raskolnikov soñó con una pandemia, escribe Cezanne Cardona
Por mi ventana no han aparecido nuevos pajaritos. Ni el agua del fregadero está tan clara como los canales de Venecia. Tampoco hay delfines. Lo más parecido a eso son los vasos acumulados, los trastes que emergen de las profundidades del gabinete, un cardumen de cubiertos naciendo por toda la casa. La escoba ya no es la guitarra eléctrica que era cuando limpiábamos en familia. El control del televisor no es el micrófono con el que amplificaba la canción que había olvidado, y el mapo no rockea como antes porque ha perdido el pelo por tanto cloro. No quiero cantar cumpleaños feliz dos veces mientras me lavo las manos, ni me apetecen más conciertos por internet; no aguanto más nostalgia de la que puede producir mi memoria. Juro que me taparé los oídos si escucho a otro poeta promocionando su nuevo poema de pandemia, y que me vendaré los ojos cuando lea, por enésima vez, que los animales recuperan el planeta porque nosotros somos el virus. Eso lo sabíamos hace siglos. Eso lo sabía Montaigne encerrado en su torre. Por eso se inventó un género nuevo: el ensayo. Y lo inventó para librarse de las postales de su tiempo.
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