La comida nos delata. Damián López de Haro, el mismo fraile que en el siglo 17 acuñó la frase “Nos coge el holandés”, no solo era un sibarita de la más fina glotonería obispal, sino que le encantaban las golosinas toledanas y el roscón sevillano. Al momento en que Francisco Oller pinta aquel lechón asado en El velorio, el cerdo es más bien un animal escaso; la tala y quema indiscriminada de los bosques para las plantaciones de azúcar y café, a finales del siglo 19, redujo la reproducción silvestre de nuestro animal más cantado. Mientras Muñoz Marín se reunía a puerta cerrada con los veinte empresarios que buscaban sustituir las Plazas del Mercado por los supermercados, la primera dama, Inés Mendoza, se quejaba en una carta gruñona de lo imposible que era encontrar almojábanas en el Hotel Condado o una buena garbanzada en el Caribe Hilton. El mismo año que McDonald’s comienza a remodelar sus establecimientos en la isla, e invierte cinco millones en publicidad, coincide con la disculpa pública que tuvo que esgrimir un alto ejecutivo tras el embarazoso error de la compañía, en Massachusetts, que distribuyó cerca de cinco mil condones de colores en las loncheritas de combos para niños, en lugar de los juguetes de una olvidable película hollywoodense.