

Dudo que don Miguel haya matado al abusador de su yerno porque quería convertirse en un héroe. Tampoco creo que don Miguel buscara ser una versión actualizada de Bonasera, aquel personaje con el que abre la película “El padrino” y que le pide a Don Corleone que asesine a los que golpearon a su hija (acto que, en un principio, Don Corleone se niega a realizar a menos que Bonasera lo llame “Padrino” o le bese la mano, el anillo, o lo que fuera.) Por el contrario, el rostro de dolor y confusión de don Miguel, tras entregarse y prestar fianza, parecía decir otra cosa, a pesar del acoso mediático. Lo irónico de todo esto ha sido la horda de macharranes que, tras el sonado caso, ha salido a flote, tanto en la fila de la gasolinera como por la radio o las redes sociales, y que andan por ahí sacando pecho -y armas y pólvora y cuchillos y tubos y bates de béisbol con alambres de púas-, alardeando de lo que le harían a esos otros yernos si abusan de sus hijas, pero que a la vez les importa poco los derechos de la mujer, o dicen a boca de jarro “a mis hijos los educo yo”, o endiosan a Trump -y a Bukele, y a Milei, y a Putin, y a Netanyahu-, o piensan que la perspectiva de género es una majadería de homosexuales y comunistas, y que están dispuestos a cualquier cosa por defender el honor de sus hijas.
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