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En la pasada columna, titulada Puerto Rico: un eterno Halloween, aproveché una herramienta subutilizada en nuestro país, la sátira, que no es el vacilón y el chiste fácil, para describir los horrores que padecemos como pueblo. Me resultó interesante la acogida que tuvo en la mayoría de los lectores y la ausencia de un mínimo sentido del humor en aquellos que han entregado su alma al fanatismo partidista.
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