

En las colonias se gobierna desde afuera por decreto. Esa es la normalidad congresional a la que ha estado expuesto Puerto Rico desde hace ciento veintitrés años. Washington dicta, Puerto Rico servilmente obedece. El dueño de la finca da las instrucciones, el mayordomo o gobierno de ocasión obedece u obedecía al Congreso, hasta que las órdenes las dictaron otros, como algunas agencias del Ejecutivo federal. Los pisos de mandatos siguieron añadiéndose y llegó la ley Promesa con la Junta de Control Fiscal. Vino también la juez Laura Taylor Swain, que de vez en cuando mete la cuchara, si es para favorecer a los acreedores o al inversionismo estadounidense. Todo es hecho por decreto, claro está, en esta gran pista de baile del decretismo ausentista que hipoteca nuestras vidas y dilata la espera para que nos mandemos nosotros mismos.
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