Desde pequeña he sentido fascinación por los cementerios. De cuando en cuando me da con visitar alguno y me la paso muy bien (con la solemnidad que amerita por supuesto), caminando entre tumbas y sepulcros, leyendo nombres de difuntos, e imaginando cómo sería esa persona en vida… Nada, que es una experiencia “fuera de este mundo”. Leer epitafios, algunos escritos por los propios fenecidos, antes de morir, claro está, puede conmovernos hasta el llanto, o “matarnos” de la risa. Además de restos mortales, los cementerios son ricos depósitos de metáforas, ironías, juegos de palabras, confesiones y toda suerte de tropos. Las posibilidades que nos ofrece la lengua para llegar “al más allá”, se aprecian en los cementerios. Échele un vistazo a este, citado por Concostrina: “Aquí estoy en contra de mi voluntad”. Y qué me dice de estos otros: "¡Te dije que estaba bien enfermo!", “Aquí yaces, y yaces bien. Tu descansas, y yo también”, jejejeje. Mire, todo el mundo debería sacar un ratito para escribir su epitafio, para que allí diga lo que usted quiere. Evítese cosas como: “Aquí yace mi mujer, fría como siempre”; “Que tanta paz encuentres, como tranquilidad me dejas”. “Recuerdo de todos tus hijos (menos Ricardo que no dio nada)”. “Aquí descansa Pancrazio Juvenales (1969 - 1993). Buen esposo, buen padre, mal electricista casero”. “Aquí descansa mi querida esposa Brujilda Jalamonte (1973 - 1997). Señor recíbela con la misma alegría con que yo te la mando”. “Aquí sigue descansando el que nunca trabajó”. ¿Se anima a escribir el suyo? Seguimos mañana, ¡si seguimos vivos!
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