“Hola, mucho gusto. Soy menopáusica”
Hola. Soy Jossette Rivera y soy menopáusica.
Nunca en mis 49 años (aunque dicen que me veo de 39) imaginé hacer este “statement” como si fuera una declaración de culpabilidad.
Siempre creí que -como mujer empoderada, independiente y emancipada- la menopausia no sería más que una de las etapas cronológicas de mi vida. Una etapa relacionada simplemente a esas preguntas incómodas que a los doctores les gusta tanto hacer en la primera visita:
“¿Está usted activa sexualmente?... ¿Tiene usted la menstruación?...¿Cuándo fue su último periodo? ...”
A pesar de todos los libros leídos, la experiencia obtenida entre cama y cama, la libertad sexual ganada y proclamada y todos las etiquetas que orgullosa me he ido poniendo, esta etapa llegó sin previo aviso. De forma más silenciosa… Y con toda la mala leche del mundo.
Ni el ginecólogo de-toda-la-vida me advirtió de su inminente llegada, tampoco tuve una emoción contenida como aquella que precedió a mi primera menstruación en la temprana adolescencia. Tampoco recibí, como entonces, explicaciones a escondidas ni cuchicheos de mis coetáneas. Esto parecía que no le había pasado a nadie a mi alrededor o debía ser el secreto mejor guardado de la comarca.
En el círculo de mujeres cercano también reinó el mutismo: mi madre nunca abrió la conversación y en mi mente solo queda el recuerdo de alguno que otro comentario escuchado a medias en un pasillo sobre los “terribles calores” que sufrió.
La menopausia me llegó, sí. Pero muy lejos de entrar a mi vida como un reflejo de los “nuevos tiempos” del género, arribó con toda aquella pesada carga emocional y cultural que seguramente sintió mi abuela. Y yo no entendía por qué.
“Era un golpe seco: no importa cuánto hubiera hablado en público y en privado de sexo, de anticonceptivos, de aborto o de one-night-stands, si hay una etapa en la vida de las mujeres que no había pasado por el proceso de normalización era esta. Hablar de menopausia no, no se había normalizado.
”
Porque no importa cuánto JLo me haya enseñado que se pueden tener 50 con cuerpo de 20 o Salma me asegure que después de las cinco décadas todavía se puede enamorar a Magic Mike o Sofía me enseñe que los bikinis siguen al alcance de mi playa… lo cierto es que pocas me han hablado de su resequedad vaginal, o de sus hot flashes, o de los “accidentes” al estornudar o de lo mucho que cuesta bajar esas cuatro libras que antes perdía en una semana.
Y si no está normalizado entre nosotras, ya podemos imaginar lo que es para el resto de los mortales -te estoy hablando a ti, macho alfa.
Pero aún más difícil que decírselo al mundo, fue hablarlo conmigo.
Aceptar mi entrada a la menopausia no fue un paseo, como hubiera querido. Verbalizarlo fue casi una declaración de culpa; aceptarlo significaba poner una alfombra roja al deterioro de mi cuerpo. De pronto me sentí frente a la entrada (supuestamente fatídica) de una temida tercera edad.
Porque de cierto, señoras, la menopausia me señalaba como una vieja. La me-no-pau-sia (con todas sus letras) era una declaración de vejez en un mundo en el que estar o sentirse viejas sigue siendo una vergüenza.
Y no. Eso ¡no! El botox, las cirugías, el ácido hialurónico y los serums me habían asegurado que la edad se mantenía a raya. Ya podía yo dejarme las canas con fiereza o mostrar las arrugas con orgullo, pero nunca la menopausia. Esa no era solo una declaración de vejez, más terrible aún: lo era de infertilidad.
¡Pum!
Ahí estaba pues. Mi desencanto no era más que otra prueba más del peso del patriarcado: mi menopausia no indicaba simplemente que mis hormonas enloquecieron o que finalmente podría dejar de pensar en copas o gastar en compresas, sino que mi cuerpo ya no ‘servía’ para dar hijos. Oficialmente, mi “función” como mujer estaba terminada.
Me rehusé.
Me rehúso.
Me niego, mujeres.
Me niego a que este cuerpo de 49 (aunque dicen que parece de 39) sea considerado inservible. Me rehúso a que los ajustes hormonales me coloquen en la categoría B. Me niego a seguir creyéndome ese cuento (o por lo menos actuando en consecuencia). Me rehúso pues, a que la menopausia sea mi mancha indeleble, mi letra escarlata.
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Empiezo así esta columna, este movimiento de reivindicación. Por una menopausia normalizada. Por amor a mi cuerpo. Por las cuarentonas que me vienen pisando los talones. Y por puro ego.
Soy Jossette Rivera. Tengo 49, me veo como se ven hoy las mujeres de 49 y soy una menopáusica feliz.
Bienvenidas sean.
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Sobre la autora: Jossette Rivera es periodista. Durante su carrera ha sido reportera y editora. Experta en modas y tendencias. Puedes seguirla en sus redes como @jossetterivera. Lee sus columnas todos los lunes y sábados en la sección de Estilos de Vida.
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