

La obsesión del PNP con obtener la estadidad lo ciega a la realidad que vive el mundo, particularmente los Estados Unidos. Cuando en enero se detectó el primer caso de COVID-19 en San Francisco y comenzó a regarse en febrero y marzo, el presidente, en vez de recurrir a los expertos, comenzó una de sus diatribas en la que no solo negaba la realidad, sino que atribuyó la situación a “un caos falso creado por los demócratas”. Lo peor del asunto es que su actitud era predecible. Su rechazo de la ciencia, su ignorancia y falta de lectura, su adicción a las mentiras y las tonterías que propagan los comentaristas que respaldan sus posiciones, se nos han hecho tan patentes que ya no le creemos ni los artículos ni las conjunciones cuando habla. Imitándolo y actuando de alzacolas a pesar de su notorio lanzamiento de toallas de papel, pensaron mágicamente que ayudaría a traer la estadidad. Lo peor fue que el exsecretario de Salud asumió posturas similares a las de su commander-in-chief (me imagino que para ensalzarlo) y dejó el país a la merced del virus.
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