

En la Rusia imperial, el título de “Zar” evocaba poder absoluto. Desde Iván el Terrible hasta Nicolás II, el zarismo representó la concentración del poder en una sola figura, sin fiscalización ni contrapesos. Estos gobernaban por derecho divino, desconectados de las masas, rodeados de opulencia y protegidos por ejércitos leales más que por instituciones democráticas. Su incapacidad para reformar el Estado, escuchar al pueblo o adaptarse a los cambios del siglo XX llevó al colapso del régimen, al levantamiento bolchevique de 1917 y al fin de una dinastía que parecía invulnerable.
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