


Nuestra justicia la cargamos sobre nuestros hombros, y si la dejamos caer, la perdemos. La justicia, como principio fundamental de toda sociedad civilizada, exige no solo el cumplimiento estricto de la ley, sino también el respeto profundo a la dignidad humana y a la presunción de inocencia. Cuando los procesos judiciales se ven permeados por intervenciones irregulares o por juicios prematuros de la opinión pública, se erosiona la confianza en el sistema y se pone en riesgo aquello que la justicia pretende salvaguardar: la verdad.

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