

La mujer debió haber llegado allí con el mismo susto con que llega la mayoría de la gente ante un juez y quizás con una ansiedad comparable a la que tendría un acusado, sin ella serlo. Y es que los tribunales son, querámoslo o no, espacios muy intimidantes. Alguna vez aprendimos que el señor o la señora del atuendo negro, la toga, tiene mucho poder sobre nosotros, siendo el más atemorizante el poder de privarle de su libertad a otro ser humano. Aunque la cosa no sea con nosotros, aunque no hayamos hecho nada malo, aunque estemos allí como simples testigos o víctimas de un delito.
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