

La violencia de género se manifiesta en diversos contextos de nuestra sociedad. Uno de ellos es en la Iglesia. Resulta relevante destacar cómo en estas últimas semanas salió a relucir una noticia acerca de un joven pastor quien fue acusado por su esposa de violencia de género. Muchos comentarios se divulgaron acerca de este caso. Los comentarios revelaban un “espaldarazo” al pastor. Promovían en forma directa y clara un apoyo contundente, no solo en el pago de su fianza, sino anulando la posibilidad real de que hubiese ocurrido agresión contra la esposa de dicho religioso. Comentarios tales como “dejar que ella armara su caso” exponen de forma patente la noción que tenían los seguidores del victimario en relación a que este no había incurrido en las agresiones contra su esposa. Asimismo, implicaban, entre otros aspectos, que las acusaciones pudiesen ser motivadas con el fin de dañar la imagen de “un hombre de Dios”. En este caso nadie preguntó acerca de la condición física o emocional de la víctima como resultado de las agresiones del pastor. Ni siquiera se consideró la valentía de esta mujer al enfrentar su situación de violencia y denunciarla.
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