

Abusamos tanto de Las ciudades invisibles de Italo Calvino que, al momento en que aquella maestra encontró una pistola en la mochila de un estudiante de doce años -hace apenas unos días- olvidamos que ya Calvino había novelado un evento similar. Y es que, en la bibliografía de casi todos los prontuarios de mis clases de literatura, aquel libro hermoso sobre ciudades que nunca existieron siempre estaba entre los primeros. Tampoco los culpo; de una forma u otra mis profesores buscaban descansar de esas seductoras ciudades inventadas que heredamos del boom hispanoamericano y que sirvieron tantas veces para explicar este violento surrealismo caribeño. Pero algo de culpa la tuvo también Calvino, no tanto por el título de su primera novela, El sendero de los nidos de arañas, sino por el prólogo tardío que le añadió a la reedición y en el que renegaba injustamente del neorrealismo italiano que lo influenció. El problema fue que le creí, y eso hizo que no le prestara demasiada atención a la escena en que Pin, el protagonista de la novela, le roba un arma a un marinero alemán. No fue hasta que leí la noticia del arma en la mochila que recordé lo que Pin hizo con aquella pistola.
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