


Acabo de regresar de Perú, un viaje sentimental y emocional que me ocupaba desde niña y que era tiempo de hacer realidad. Aún me acompaña esa sensación cálida de reconocimiento que nace al estar entre los nuestros: el hermoso español que vibra distinto, la cadencia amable del trato, la música que se mezcla con el paisaje y una familiaridad difícil de explicar, pero imposible de negar. Confirmé algo que siempre he sabido: Puerto Rico es, profundamente, parte de Latinoamérica, aunque el devenir de nuestra historia haya intentado convencernos de lo contrario.

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