La nostalgia se vuelve tirana cuando regenera pasados que nunca fueron o revisita utopías en terreno ajena, escribe Cezanne Cardona Morales
La nostalgia se vuelve tirana cuando regenera pasados que nunca fueron o revisita utopías en terreno ajena, escribe Cezanne Cardona Morales
También la nostalgia es una tirana. Con tal de oponerse al régimen estadounidense en la isla, Albizu Campos habló de la “vieja felicidad colectiva” de los tiempos de España. Así borró de golpe y porrazo la esclavitud, el racismo, el régimen de la libreta y el desastre ecológico de los monocultivos. (Porque de pronto se nos olvida que para sembrar había que talar bosques y pegarle fuego al monte). Por eso no sorprende que un puñado de ciudadanos con carnets nostálgicos les diera con pintar el abandonado Hotel Normandie, uno de tantos edificios que nos secuestró la vista al mar. Esa pinturita huele a capricho de burguesía venida a menos, si seguimos el argumento que José Luis González planteó respecto a la mitificación del mundo cafetalero que desarrollaron aquellos hacendados corsos y mallorquines caídos en desgracia tras la invasión. ¿No fue nostalgia lo que llevó a Manuel Alonso a escribir El Jíbaro mientras estudiaba medicina en España? Mis profesores siempre lo negaron y dijeron que Manuel Alonso convirtió la figura del jíbaro en un ejemplo de resistencia o en una forma de luchar contra la negación de España de construirnos una universidad. Creo que ese costumbrismo no se distancia tanto de aquella nostalgia cantada, tiempo después, por Fiel a la Vega en “Salimos de aquí”, esa que tantos entonamos desgalillados y que fue escrita en la “diáspora” mientras los integrantes buscaban convertirse en rockeros de MTV.
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