

12 de agosto de 2025 - 10:06 PM
Hace 60 años, los vecinos de Xochimilco, la zona lacustre al sur de Ciudad de México, podían agarrar ajolotes con la mano. Ahora ver en libertad a este peculiar anfibio que parece una mezcla de salamandra y dragón es casi imposible, pero los científicos les siguen la pista a través de su ADN.
Académicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) han encontrado su rastro genético en este barrio capitalino formado por canales y balsas de tierra llamadas “chinampas” — en algunas de las cuales todavía se sigue cultivando a la usanza prehispánica — y eso demuestra que sigue habiendo ajolotes en vida silvestre, aunque su situación es crítica.
Usaron una técnica que ayudará a la actualización del censo de estos anfibios que desde 2019 están en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
“Todos soltamos ADN a nuestro paso por el mundo y eso se puede capturar filtrando el aire o el agua”, explicó a The Associated Press el biólogo Luis Zambrano, del laboratorio de Restauración Ecología de la UNAM.
Y eso es justo lo hicieron.
Recogieron agua de los canales de Xochimilco, la filtraron y sacaron lo que se llama “ADN ambiental”, es decir, partículas genéticas de los animales y plantas en contacto con ese agua que compararon con los ya existentes en una biblioteca genética elaborada hace unos años por científicos británicos, indicó por su lado Esther Quintero, de Conservación Internacional-México, una ONG que se sumó al proyecto de Zambrano en 2023 buscando financiación y apoyos.
Los académicos usaron esta técnica en 53 puntos de Xochimilco, diez dentro de “areas refugio” — canales que tienen, entre otras cosas, filtros para mantener el agua limpia — y 43 puntos fuera de ellas. El ADN de los ajolotes estaba en los refugios y también en un punto fuera de ellos.
“Es muy poquito, un solo punto”, reconoció Zambrano. Pero acotó que demuestra que algunos ejemplares resisten en rincones que han logrado esquivar la creciente degradación ambiental de los canales y la contaminación de su agua.
Hasta ahora solo se ha rastreado un tercio de Xochimilco, tanto con la técnica de ADN ambiental como con la tradicional de lanzar redes, pero el proyecto continuará a partir de septiembre y los científicos confían en tener un censo actualizado a principios de 2026, que previsiblemente confirmará la drástica disminución de ejemplares que comenzó hace décadas: de un estimado de 6,000 por kilómetro cuadrado en 1998, se pasó a solo 36 en 2014, año del último censo.
Pero no todo son malas noticias. Zambrano enfatizó que su equipo también ha demostrado que la conservación funciona y que preservar esta especie “tiene múltiples beneficios”: contribuye a la calidad del agua y a la cantidad de polinizadores de la zona. Y tener un Xochimilco conservado ayuda a un mejor aprovechamiento del agua en Ciudad de México, a tener una mayor fuente de alimentos y a amortiguar la temperatura de la urbe.
Para lograrlo, según Zambrano, no solo es necesario el trabajo de académicos y vecinos — a veces con ingeniosas iniciativas para financiarse como la de adoptar un ajolote — y el creciente interés de la sociedad (se estudia su capacidad de regeneración cerebral y su imagen está en recuerdos, videojuegos y billetes).
Lo que urge, dijo el biológo, es que las autoridades se involucren con políticas públicas que no permitan ciertas actividades, como que haya discotecas, spas o campos de fútbol en las chinampas, y promuevan otras de recuperación ambiental como la producción chinampera, garantizando a esos campesinos ingresos dignos y calidad de vida.
“El ajolote se reproduce mucho porque pone muchos huevos... se puede recuperar fácilmente y ya sabemos cómo”, destacó Zambrano. Queda ponerse mano a la obra y a gran escala.
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