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Mi primer “crush” lo experimenté siendo estudiante de la Universidad de Puerto Rico. Se llamaba Oscar y lo conocí en el 1998 en una presentación del clásico teatral de Lope de Vega, Fuenteovejuna. De cuerpo fornido, extremidades largas y piel dorada, se pasaba los días al desnudo en el vestíbulo del teatro de la universidad mientras recolectaba miradas y desentrañaba sueños de fama.
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