

La poesía, las novelas y las canciones recurren a los ojos como expresión infaltable de la belleza femenina. Son su prenda más enigmática, y si nos deslizamos por la pendiente siempre resbaladiza del lugar común, las ventanas del alma. Ojos negros, verdes, azules. Los de madame Bovary son unas veces pardos, otras azules, y también negros. Más que un error de Flaubert, el más minucioso de los escritores en sus registros como para equivocarse así, Vladimir Nabokov explica que esa variedad se debe a que “tenían algo así como capas sucesivas de colores que, más densas en el fondo, se volvían tenues a medida que se acercaban a la superficie de la córnea”. Y el mismo Flaubert lo lleva por ese cauce: “lo que tenía más hermoso eran los ojos; aunque eran castaños, parecían negros…”
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