

Hoy hace cuarenta grados a la sombra en Madrid y la ciudad parece arder en un fuego invisible pero tenaz, que poco rebaja en las noches. Apenas media junio y ya el verano avienta sus fraguas a más no poder, lo que anuncia un verano temible y hace añorar los calores del trópico centroamericano, que en la memoria me parecen más piadosos. Es el mismo ardiente viejo sol de encendidos oros que hacía huir a Rubén Darío hacia tierras de Asturias, adonde yo he venido, no en plan de veraneo, o de “hacer la cura”, como se decía entonces, sino para participar en la clausura de las tertulias de Campoamor, en Oviedo, y en la Feria del Libro de Gijón.
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