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Rebasados ya mis setenta y siete años, jamás había escuchado tanto el gentilicio “boricua”. Ahora que no se proclama tanto la nacionalista “puertorriqueñidad”, y ser puertorriqueño tiene fronteras mentales y geográficas, lingüísticas, cada vez más difusas e imprecisas, casi estoy obligado a conmoverme con los dichosos “boricuas”, de aquí y de allá, de las sínsoras mentales y el acullá en las quimbambas palesianas, o las fases lunáticas del nacionalismo según Corretjer.
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