

Cuando leyó a Ledrú, en la crónica de su visita a la isla de Puerto Rico en 1797, se le confirmó algo que había observado en su infancia semi-rural, caminando aquellos campos de la mano de su abuela. En esos montes los jíbaros gustaban de vivir aislados, con distanciamiento social, las guardarrayas de su territorialidad como objetivación de su antigua suspicacia. Verse y visitarse lo dejaban para Reyes y las Navidades, las malditas parrandas. Allá en la lejanía del monte vivían otros homo sapiens, déjalos por allá, igual de miserables que ellos, aunque, gran consuelo, a mucha distancia. Después del huracán María, recuperó algo de aquellas distancias; allá en aquella casa vivía zutano, el que se fue no hace falta, más arriba vive gente. No estaría mal que muchos se largaran a Kissimmee, sin pasar por Bayamón.
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