

La muerte violenta de una persona joven —ya sea estudiante, amigo o miembro de la comunidad— sacude profundamente a quienes la rodean. Más allá de la conmoción inicial, este tipo de pérdida puede dejar una huella emocional duradera si no se brinda un acompañamiento adecuado. Los niños y adolescentes procesan el duelo de manera distinta a los adultos, y su capacidad para comprender y manejar la experiencia depende en gran medida de cómo los adultos a su alrededor les hablen, escuchen y apoyen. Un evento así rompe su sensación de seguridad y altera su visión del mundo, por lo que la intervención temprana y el acompañamiento empático son determinantes para prevenir problemas emocionales que pueden aparecer incluso meses o años después.
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