
Opinión
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Un viejo amigo dominicano, trabajador de la construcción aquí en Puerto Rico, envía religiosamente parte de su salario a sus hijos en Santo Domingo. Lo que en su bolsillo son apenas cien dólares, allá se convierten en casi $6,000 pesos dominicanos, suficientes para llenar la nevera por semanas y comprar medicinas que de otra manera serían inalcanzables. Ese dólar que aquí puede parecer pequeño, allá tiene un peso enorme.
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