

Una modalidad de conducta que se ha convertido en constante de la cotidianidad puertorriqueña es la recurrencia al insulto, la mentira y la degradación de la dignidad del semejante, aderezada por la muletilla de la palabra soez. Una masa creciente de personas satisface su necesidad de protagonismo con la falsedad y con los agudos decibeles de su estridencia. Su sentido de realización personal es tan reducido que hacen de la desmesura y la ofensa su carta de presentación y oficio. Una avanzada de degradación lingüística, que esconde datos y pregona medias verdades, nos agrede continuamente. Estos nuevos juglares de la fanfarronería, el acoso y la falacia han llevado a la pobreza extrema el debate en nuestra sociedad. Sus insultos esconden la tragedia de su fracaso personal.
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