

Crecí escuchando la palabra cáncer. Desde que tengo uso de razón, algún familiar, amigo o allegado ha recibido ese diagnóstico cada año. Cada noticia en la familia ha sido un golpe al corazón lleno de incertidumbre. Muchos lo han sobrevivido, pero otros se nos han ido dejando un vacío imposible de llenar. El reto mayor siempre ha sido el económico, los costos de los tratamientos, medicamentos, y mudanzas, pero también el emocional: cómo sostener a quien lucha y, al mismo tiempo, sostenerse a como familia. El cáncer nunca llega solo; llega con miedo, con preguntas, con noches largas y con silencios que pesan más que las palabras. Por eso, cada vez que veo a Raymond Arrieta caminar, siento que camina también por mí, por los míos y por todos los que en Puerto Rico hemos vivido de cerca esta batalla. Su caminata ya no es solo un evento benéfico, sino un espejo del país.
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