Entre la espada y la pared
La primera imagen después de la nieve era la del indio americano y la última las dos banderas al son de los dos himnos, todo en blanco y negro. Acudían los vecinos porque en la calle donde vivíamos, el nuestro era el único televisor que un día aterrizó en la sala comedor con sus antenas coronándolo, un luminoso insecto metálico que nos miraba y mirábamos. Recuerdo como nos teñía de una luz azulada como de luna, de pie algunos, otros sentados y los más cercanos recostados sobre el linóleo florido, hipnotizados frente a aquel cine pequeño y doméstico que prendíamos y apagábamos a voluntad.
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