

En 1968, Robert F. Kennedy pronunció uno de los discursos más poderosos sobre el sentido del progreso. En dicha oportunidad denunció la insuficiencia del Producto Interno Bruto (PIB), como medición del desarrollo: “no mide la salud de nuestros hijos, ni la alegría de su juego; no incluye la belleza de nuestra poesía, ni la fortaleza de nuestros valores […], en resumen, lo mide todo, excepto lo que hace que valga la pena vivir la vida”. Han pasado 57 años desde aquel llamado, y, sin embargo, seguimos midiendo el desarrollo casi exclusivamente con ese concepto estrecho, limitado y profundamente incompleto.
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