

Un país puede ser tantas cosas. El ejercicio de definir el concepto no termina nunca. Incluso, se torna obsoleto. Elijo una acepción que no está en el diccionario, pero que prefiero al pensar un país. Me refiero a la posibilidad de que un país no sea más que una colección de esquinas, imágenes, casas, nombres de tías, cuadros en la pared, refranes, sabores, olores, abuelos que fueron al ejército, canciones, recetas, jerga, gente que se reconoce en otra gente porque les emociona el mismo recuerdo, porque conservan la misma especie de la tan peligrosa nostalgia.
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