
Opinión
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En Puerto Rico, miles de ciudadanos dependen del sistema de servicios sociales para sobrevivir. Niños en riesgo, adultos mayores abandonados, personas con discapacidades o con crisis de salud mental. Todos esperan una intervención oportuna que, muchas veces, no llega. No por indiferencia, sino porque el sistema también se está desmoronando por dentro. Un enemigo silencioso lo consume. Se trata del síndrome de “burnout” o quemazón que padecen quienes sostienen la estructura del Estado con su trabajo diario.
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