

Cuando desaparece la Unión Soviética en 1991, hace un poco más de 30 años, parecía que el mundo se libraba del espectro de la guerra nuclear en una III Guerra Mundial. Se tenía la amplia impresión, como lo pude constatar estudiando en Washington DC por aquellos años, que ya no habría amenaza rusa al desaparecer la amenaza soviética. Recuerdo que en un curso sobre las fuerzas armadas rusas post-soviéticas en The George Washington University, donde se me invitó a que diese una clase sobre la fuerza submarina rusa en 1993, otro invitado, un miembro del Ejército de EE.UU., al hablar sobre el tema insistía con firmeza en lo que muchos en la ciudad decían y repetían: que ya no había poderío naval ni amenaza submarina rusa de qué preocuparse, ni la habría.
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