Las decisiones unánimes nos dan esperanza de que los tribunales seguirán protegiendo a la frágil república y a su aún más frágil territorio, gracias a la independencia judicial, escribe Néstor Méndez
Las decisiones unánimes nos dan esperanza de que los tribunales seguirán protegiendo a la frágil república y a su aún más frágil territorio, gracias a la independencia judicial, escribe Néstor Méndez
En 1787, al salir de la Convención Constituyente, Benjamín Franklin dijo: “Acabamos de crear una república, si es que la podemos mantener”. Un verdadero genio, Franklin sabía que la historia de la humanidad no ha sido de repúblicas donde los gobernados eligen a sus gobernantes y menos donde hay un estado de derecho en el cual jueces independientes protegen la libertad de los primeros del abuso de los segundos. Por el contrario, nuestra historia ha sido una de emperadores, reyes, zares, sultanes y dictadores ostentando los poderes de legislar, ejecutar y además, el de juzgar. O sea, toda decisión a cargo y a nombre de UN ser humano, supuestamente iluminado o escogido por Dios, o como decía Luis XIV, el supuesto Rey Sol: “El Estado soy yo”.
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