


Importa la envoltura. Importa el lazo. Importa el misterio que provoca toparse con un objeto bellamente oculto. El estímulo a la imaginación —¿qué será?—, la expectativa que provoca el acto de la desenvoltura —¡ábrelo! ¡a ver!— y la sorpresa ante el descubrimiento de lo que se recibe como regalo es la parte más importante del rito de obsequiarnos que se experimenta en la época festiva y en fechas propicias para ello. Y no es que el interior no tenga su valor e, incluso, deba ser —o quisiéramos que fuese— lo más importante, pero el descubrir, el develar, el acto de esconder para luego mostrar, poco a poco, por la vía del esfuerzo propio es la forma más antigua de la seducción. Y, ¿a qué otra cosa hemos venido que no sea a dejarnos seducir?

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