

Lograr la legitimidad -confianza- en el Poder Judicial de un país siempre es un desafío. El nuestro no es el único que recibe críticas y señalamientos por decisiones tomadas. Adjudicar representa la más difícil tarea que pueda corresponderle al imperfecto ser humano. Decidir a favor o en contra de uno u otro, otorgar o no el remedio, atender derechos fundamentales que atañen a la libertad, a la familia, a la propiedad, salud y educación y a tantos otros que impactan nuestra vida, es una muy ardua responsabilidad. La satisfacción con la decisión nunca será completa. Ese es el diseño del sistema y su importancia es, sin embargo, incuestionable. Este permite el orden, la seguridad social y el bienestar común que se persigue en un estado de derecho democrático. Cuando los seres humanos no somos capaces de atender por nosotros las controversias y adversidades que se nos presentan, y conseguir resolverlas sin elevar el conflicto, el árbitro independiente, no prejuiciado y preparado se torna indispensable.
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