Puerto Rico, a pesar de ser un pequeño archipiélago, diminuto dentro del juego geopolítico internacional, no ha estado ajeno a la intriga y a las tensiones de conflictos bélicos mundiales, en especial como territorio bajo el control de Estados Unidos.
Quizás uno de los momentos más notables fue el papel que jugó la isla en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y, en específico, el interés que despertó Puerto Rico en las estrategias alemanas para socavar el esfuerzo aliado en el océano Atlántico.
La peculiaridad geográfica también atrajo a las Fuerzas Armadas estadounidenses que, al comprender su valor estratégico, establecieron el Décimo Distrito Naval, así como un importante centro de logística para las rutas de suministro marítimo a Gran Bretaña y Estados Unidos.
Dentro de este ambiente de tensión e incertidumbre, en junio de 1942, Puerto Rico despertó con la noticia de la captura, por parte del Negociado Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés), de seis espías nazis arrestados en la ciudad de Nueva York a quienes les confiscaron documentos con información clasificada que incluía datos sobre las defensas de la milicia estadounidense en Hawái y las instalaciones militares en la isla.

Entre los documentos incautados por las autoridades federales, según artículos de prensa, destacó un telegrama que indicaba que “...parece mejor idea enviar un observador a Puerto Rico”.
El FBI declaró alerta máxima en la isla para prevenir la operación de los llamados “caballos de Troya”. Al mismo tiempo, autoridades federales trabajaron de cerca con la Policía para rastrear y detener a presuntos espías y colaboradores enemigos.
Los residentes alemanes, italianos y japoneses en Puerto Rico eran considerados extranjeros enemigos y debían registrarse y ser vigilados. En Estados Unidos continental, al contrario que en la isla, el presidente Franklin Delano Roosevelt, mediante la orden ejecutiva 9066 del 19 de febrero de 1942, había autorizado la reubicación de “toda persona considerada una amenaza para la seguridad nacional” en la costa oeste de Estados Unidos a centros de detención ubicados, principalmente, en el interior de la nación.
Sobre 125,000 personas, la mayoría ciudadanos estadounidenses de ascendencia japonesa y europea, fueron relocalizados a estos centros.
“Este aumento de la seguridad se produjo a medida que se continuaban realizando arrestos y descubriendo documentos que los alemanes tenían en su poder”, aseguró Israel Meléndez Ayala, historiador y archivero en la Oficina Estatal de Conservación Histórica, quien es autor del ensayo “El mito de la invasión alemana en Puerto Rico”.
Ese mismo año, explicó, la prensa local reportó avistamientos de submarinos frente a las costas sur y suroeste de Puerto Rico, así como cajas con suministros y armas no estadounidenses, lo que desató rumores de espías desembarcando y posibles acciones de sabotaje en la isla.

Momento fortuito
Fue un momento fortuito el que le permitió a Estados Unidos descubrír un complot mucho más extenso para realizar operaciones de sabotaje en instalaciones militares en Puerto Rico.
“Uno de los espías, que era uno de los líderes de grupo, entró a Estados Unidos con un pasaporte español y, por casualidad, fue atropellado por un taxi en Nueva York en marzo de 1941. Este iba con otra persona que, luego del accidente, agarró el maletín y salió corriendo sin importarle su acompañate. Las autoridades vieron eso y les pareció sospechoso. Lo detuvieron y cuando abrieron el maletín encontraron muchos documentos con información clasificada y planos detallados”, indicó Meléndez Ayala.
El historiador señaló, además, que el funeral del espía fue pagado por el Consulado Español, un país neutral durante la guerra, pero con abierta simpatía fascista que apoyaba a las potencias del Eje (Alemania, Japón e Italia).
“Por lo que he encontrado en los archivos del periódico El Mundo, y en la Librería del Congreso, ellos tenían hasta los itinerarios de cuándo había patrullaje aéreo; tenían bitácoras, número de tropas en cada base que había en la isla, dónde estaban esas bases. En fin, tenían un conocimiento bastante amplio de las defensas de Puerto Rico. Habían hecho un trabajo muy bueno de espionaje, porque llevaban tiempo aquí”, explicó Meléndez Ayala.

La inteligencia alemana consideró el sabotaje, no solo de rutas de suministros en el mar, sino de instalaciones militares dentro y fuera de los Estados Unidos continentales, como el medio más eficaz de interrumpir el esfuerzo bélico de ese país.
Sin embargo, no fueron esos seis espías los únicos detenidos. Los archivos del FBI revelaron que se realizaron varias detenciones de espías y saboteadores tanto en Long Island, Nueva York, como en Jacksonville, Florida y Boston, Massachussetts.
Había simpatizantes
El historiador indicó que Puerto Rico, mediante la relación histórica con España –en ese momento bajo el mando del dictador fascista Francisco Franco– fue tierra fértil para movimientos que apoyaban a la Alemania nazi.
“Muchas veces España era el que trabajaba como mediador y doble agente, porque, aunque se mantenía neutral en la guerra, se sabía que era un neutral con tendencia a simpatizar con las fuerzas del Eje. Franco era fascista, pero era a conveniencia, porque según documentos desclasificados, se ha descubierto que Franco coqueteaba también con los británicos, les pasaba información”, explicó Meléndez Ayala.
“En España existía algo que se llamaba la División Azul, que lucharon en el frente ruso de parte de los alemanes, pero en España les llamaban voluntarios, para no vincularse directamente”, dijo mientras explicó que las autoridades federales mantenían estrecha vigilancia sobre estos puertorriqueños simpatizantes del fascismo franquista y sus aliados.
Meléndez Ayala subrayó que muchos de estos espías pulularon entre sindicatos en su intento de ganar simpatizantes y obtener información, pues el movimiento Nacional Socialista (Nazi), antes del estallido de la guerra, estaba estrechamente ligado a los movimientos trabajadores del momento.
Asimismo, señaló que, parte de la estrategia alemana era sembrar caos social en Puerto Rico mediante mensajes en altas frecuencias radiales. Por ello, las autoridades federales pedían al público no sintonizar ciertas frecuencias que podían estar interceptadas por el enemigo.
“Aquí los periódicos y la radio le pedían a las personas que no utilizaran ciertas frecuencias porque ellos transmitían, desde Berlín y con radios de alta frecuencia, mensajes a los puertorriqueños. Desplegaron lo que se conoce hoy día como guerra psicológica. En un momento dado, se tocó ‘La Borinqueña’ por radio desde Berlín para despertar el sentimiento nacionalista y crear inestabilidad social”, indicó el historiador.
“Estamos hablando de la década de 1940, que en Puerto Rico habían pasado muchas cosas ya con el movimiento nacionalista, antes y durante la guerra. La opresión de la policía contra los movimientos independentistas; los problemas obreros, ese era el tiempo de las peleas sindicales en la industria del azúcar y ellos estaban muy al tanto de todo eso”, añadió.