

El poder, suspendido en la bruma entre el bien y el mal, seguirá siendo fruto de la locura. Es lo que nos recuerda Erasmo. Estupidez, estulticia, tontería. ¿Qué otra mejor manera de entender la locura que nubla la razón de los necios? ¡Y qué peor loco que un necio con poder? “Para eso estoy yo, la locura” dice, para regocijo de Cervantes, “...adormecidos por las voces de los aduladores... ¡qué felices se sienten gracias a mí!”, dispuestos a “vender los puestos y las magistraturas, a discurrir sin cesar nuevos métodos con los cuales se apropian del dinero de los súbditos para sus vicios y sus lujos…”.
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