


Los militares y las fábricas están de regreso a la isla, no por decisión del gobierno local sino como resultado de un nuevo orden regional e internacional creado por las políticas de Donald Trump.
La presencia de barcos anfibios y de aviones de guerra en las antiguas instalaciones de la base naval Roosevelt Roads en Ceiba y otros puntos del país, reabren cicatrices de aquellos tiempos en los cuales Puerto Rico fue un importante eslabón en la geopolítica de la Guerra Fría. Hoy, la presencia militar responde a la tensión entre el gobierno de los Estados Unidos con la dictadura que gobierna a Venezuela, liderada por Nicolás Maduro.
En paralelo, el anuncio de importantes inversiones farmacéuticas y otras empresas asociadas a la industria de las ciencias vivas, nos hace recordar aquellos tiempos de gloria, cuando existía la Sección 936. Dicha sección del Código de Rentas Internas federal, que fue eliminada por el Congreso estadounidense en el 1996, proveía a la Isla una competitividad global en el mundo industrial. El diseño económico de Puerto Rico se fundamentó en la manufactura, al punto de que esa industria representa al presente un 45% del Producto Interno Bruto (PIB).
El resurgir industrial de Puerto Rico parece responder no al renacimiento de un nuevo incentivo fiscal para la isla sino a las dinámicas que ha creado la guerra comercial decretada por Trump hacia los principales socios comerciales de Estados Unidos. Los aranceles a países como China, India, México, y Canadá, entre otros, ha revivido el valor de Puerto Rico como un posible destino para relocalizar plantas que sirvan al mercado norteamericano.
En la nueva era de los aranceles, muchas empresas multinacionales han comenzado a buscar lugares cercanos a Estados Unidos, donde sería más costo-efectivo operar para mantenerse competitivas, y Puerto Rico parecer ser una de esas opciones.
Lo interesante de toda esta coyuntura, es que la presencia de militares y el resurgir industrial de la isla parece revivir la nostalgia de aquellos años en que Puerto Rico era la famosa vitrina de la democracia y el modelo a seguir por otras economías en vías de desarrollo. Durante la segunda mitad del siglo 20, el milagro caribeño, como se nos conoció, fue viable gracias al valor geopolítico y económico que jugó Puerto Rico, como una gran base militar y como enclave industrial, respectivamente.
El regreso de los símbolos de una era importante en la historia del país por razones ajenas al quehacer local no debe ser motivo para conformarnos con las ironías del destino, sino para desarrollar una conversación colectiva que permita articular una estrategia económica que no esté anclada en los fondos federales. Nadie en su sano juicio pensaría que el gobierno federal va a reactivar sus antiguas bases en Ceiba, Vieques o Culebra.
En algún momento una vez se resuelva el conflicto con Venezuela la situación volverá a su normalidad. Posiblemente se desarrolle algún tipo de programa o estrategia contra el narcotráfico en el cual Puerto Rico juegue un rol vital por nuestra localización.
Sin embargo, la coyuntura provee para que el gobierno local y el sector privado se apalanquen en esta nueva situación para entablar conversaciones con el gobierno federal dirigidas a lograr un nuevo arreglo económico y comercial maximizando la localización y el valor geopolítico de Puerto Rico. Más allá de la crisis política con Venezuela, el gobierno de Trump tiene muchas razones para proteger sus intereses en Puerto Rico, Por ejemplo, China y Rusia, dos enemigos abiertos de Estados Unidos, han fortalecido su presencia en toda la región.
Algunos observadores del quehacer político norteamericano han comenzado a plantear que la administración Trump está reviviendo la famosa doctrina Monroe, que declara que América es para los americanos. El presidente James Monroe (1823) desarrolló esa visión de la política exterior norteamericana para evitar la intervención europea, pero también ha sido usada históricamente para justificar la expansión de la influencia estadounidense en la región.
Así las cosas, las dos guerras desatadas por Trump abren una nueva ventana de oportunidad para Puerto Rico que debe capitalizar.
El gobierno y el sector privado deberían leer las nuevas coordenadas geopolíticas y económicas con mucha astucia si se quiere posicionar a Puerto Rico como jugador relevante. Luego de una década marcada por la quiebra del gobierno, emigración masiva y desastres naturales que nos llevaron al abismo, las circunstancias históricas presentes nos abren una oportunidad de oro.
Al examinar la historia, se evidencia que, en la década del 1980, en pleno auge de la Guerra Fría, el gobierno de entonces fue capaz de posicionar a Puerto Rico como un importante jugador regional. En aquellos tiempos, un esfuerzo bipartidista entre el entonces gobernador Rafael Hernández Colón (PPD) y el exgobernador Luis A. Ferré (PNP) permitieron no solo salvar la Sección 936 de las amenazas del gobierno de Ronald Reagan, sino que permitieron usar los fondos de las empresas multinacionales cobijadas bajo ese incentivo para financiar proyectos de desarrollo económico en la región del Caribe y Centroamérica. Aquella estrategia se conoció como la Iniciativa para la Cuenca del Caribe.
En plena Guerra Fría, el objetivo era contener la influencia del socialismo cubano en la región, así el sector privado y el gobierno local lograron capitalizar sobre las tensiones geopolíticas de aquellos tiempos convirtiendo a Puerto Rico en un componente de valor para Estados Unidos y la región. Hoy, debemos examinar cómo las condiciones geopolíticas nos permiten volver a llevar un vacío y asumir un rol de liderazgo que sirva a nuestros intereses económicos y los intereses de Estados Unidos en la región.
Se me ocurre que Puerto Rico junto a la República Dominicana y otras economías dinámicas de la región, pueden crear una plataforma comercial e industrial regional para recibir de regreso a empresas multinacionales hoy ubicadas en Asia. Un nuevo polo económico que dinamice la región y provea estabilidad geopolítica alineada a los intereses de los Estados Unidos.

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