

Conocí a Awilda Sterling cuando empecé a estudiar en la Universidad de Puerto Rico en 1983. Sabía que quería convertirme en escritora, pero, como en aquel entonces no existía ni asomos de un Programa de Escritura Creativa en la UPR, no sabía qué hacer, no para aprender historia y critica de la literatura, sino para producirla. Por aquel entonces, una callada revolución comenzaba a ocurrir en el mundo de las artes, el teatro y la danza experimental en Puerto Rico. Por lo menos, en lo que concierne a las artes literarias, la poesía oral, o el “spoken word”, difundía un lenguaje más accesible, popular y “calle”, combinando la literatura con la lectura performática de textos. El teatro se hacía cada vez más experimental y menos “realista”. Muchos bailarines incorporaban movimientos cotidianos o de tradiciones no europeas en sus piezas. Había llegado el tiempo de la experimentación, a afirmación de nuestras diversas identidades y del cuestionamiento de las artes clásicas a Puerto Rico y yo quería ser parte de ese movimiento.
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