


Vivimos en una era en donde la rapidez se ha convertido en la unidad que se utiliza para medir el valor de las cosas. De ahí que los productos y servicios que le proporcionan al usuario un resultado inmediato se catalogan como superiores. Esta apreciación puede ser parcialmente correcta, sobre todo cuando se refiere a actividades en las que la tecnología ha liberado a los seres humanos de tener que realizar tareas pesadas y repetitivas que en nada contribuyen a su desarrollo. Sin embargo, hemos caído en la trampa de pensar que la rapidez tiene un valor intrínseco.

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