

En el ecosistema del comercio electrónico moderno existe una amenaza silente pero creciente que muchos negocios aún subestiman. Se trata del fraude “amistoso”. Quizás, a primera vista, el término puede parecer contradictorio. ¿Cómo un fraude puede ser amistoso? La respuesta está en la naturaleza del acto. Un cliente, que en la mayoría de los casos es legítimo, efectúa una compra. Posteriormente, niega la transacción o solicita un reembolso bajo pretextos cuestionables. El resultado de esto implica pérdidas financieras cuantiosas para las empresas, desgaste operativo y, en ocasiones, daño reputacional.
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