

Siempre he creído en el libre mercado. Creo en que las economías funcionan mejor cuando es la propia oferta y demanda la que dicta las reglas del juego, con una intervención gubernamental limitada. Creo en el emprendimiento, en la competencia justa y en el poder del consumidor de elegir. Pero también creo que el libre mercado no puede ser una excusa para hacerse de la vista larga ante condiciones que, en la práctica, resultan injustas para el ciudadano de a pie. Bajo el escudo del “libre mercado” no puede permitirse que se creen escenarios de abuso, concentración de poder o falta de alternativas reales.
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