

En los últimos años, se ha intensificado el interés por integrar la espiritualidad y la religión en los procesos psicoterapéuticos. Esta apertura ha generado espacios valiosos para explorar temas como la culpa, el perdón, el sentido de vida o la esperanza desde marcos que reconozcan la fe del paciente. Esta integración, cuando se realiza con sensibilidad clínica, puede ser muy beneficiosa. Sin embargo, surge una preocupación ética importante: la creciente tendencia de algunos profesionales a promocionarse como “psicólogos cristianos”.
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