

La ancianidad no es límite, sino río cuyas aguas arrastran la sabiduría de lo vivido y la generosidad de lo compartido. Nada más echar una ligera mirada a la aportación creadora de tantos hombres y tantas mujeres que, en su larga madurez, han seguido aportando, con su creación, a su pueblo y a la humanidad –en la literatura, la ciencia, el periodismo, la política, el servicio a su comunidad, etc.–, evidencia que la vejez no es sinónimo de infecundidad, sino de siembra abundante; no es encierro, sino apertura a seguir creando y aportando más.
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