
Opinión
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Puerto Rico acaba de aprobar la prohibición del uso de celulares en las escuelas hasta el octavo grado. Una medida que, aunque bien intencionada, llega incompleta. Porque el ciberacoso, la adicción digital y el desgaste emocional no reconocen límites de edad ni muros de salones. Tampoco desaparecen al llegar a noveno grado. Cambian de forma, se ocultan mejor y, muchas veces, se intensifican en la etapa universitaria, donde las herramientas para detectarlo y atenderlo son escasas.
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