

El verano dura en Nicaragua la mitad del año, porque verano llamamos al tiempo en que no llueve, pero se hace más intenso en su inclemencia entre los meses de marzo y abril, que coincide con la temporada de cuaresma. Es cuando los ríos se agostan hasta mostrar su lecho de piedras, el pasto se seca en los potreros y las recuas de reses emigran hacia las zonas de montaña en busca de verdor; y en medio del bochorno que enciende los cielos sollamados y agrieta la tierra, se escucha incesante el coro de las chicharras. Soles rojos -los soles del rojo verano, dice Darío en la Marcha Triunfal- velados por el humo de las quemas porque desde milenios atrás los pueblos aborígenes prendían fuego a los rastrojos, y en las noches sin viento es posible ver las caudas de fuego que serpentean en los llanos y asciende por los cerros.
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