

26 de junio de 2025 - 11:10 PM
Una vez al año, el centro comercial más grande del Caribe se transforma en uno de los recintos más grandes para destacar lo mejor de la artesanía puertorriqueña. Desde talladores hasta ceramistas, de orfebres a tejedores, los grandes pasillos principales de Plaza Las Américas se hacen taller para esos que se ganan la vida creando con sus manos. Estas son algunas de sus historias.
Cindy Ramírez lleva la mayor parte de las últimas tres décadas creando arte de una forma especial. Mientras algunos pintan sobre lienzos, sobre madera o hasta en grandes paredes, Cindy crea patrones con pigmentos naturales que quedan impresos en telas que luego serán transformadas en ropas. Las formas de hojas, pétalos, frutas y otras cosas tomadas del medioambiente quedan grabadas en distintivos patrones y colores sobre el material, y quien lleve la pieza puesta lleva colores y formas sacadas de la misma naturaleza.
“Empecé tiñendo una línea con tintes reactivos a la fibra, que son tintes que reaccionan en fibra natural. Mi mamá también era artesana y trabajaba esto, y yo me iba con ella. Yo soy criada en el área oeste y recuerdo irme con ella al puente de Añasco a vender sus piezas. Nos parábamos en el puente a venderlas, algo bien humilde y reconozco de dónde vengo y no me olvido. Entonces fui evolucionando, primero estudié ingeniería en computadoras, trabajé en eso, pero no me vislumbraba haciendo eso el resto de la vida. Y cuando nació mi niño, que ya es adulto, y entró a la escuela, volví a la IUPI, hice entonces una tercera concentración en pintura y grabado, y eso lo trasladé a trabajar esto, las artes textiles y me mueve todo lo que sea pintar. Yo me considero una artesana del medio mixto textil”, explica.
“Yo recojo las hojas, son las hojas de mi entorno. Las hojas grandotas manipuladas son hojas de teca. Esta hoja más oscura es hoja de reina de las flores. Las hojas más larguitas amarillentas son hojas de mangó. Y encima de todo lo que ves son virutas de madera”, continúa.
El proceso puede ser largo. Algunas hojas requieren un periodo de hasta 12 horas para rehidratarse. Una vez ha recogido todos los materiales y ha seleccionado la tela, coloca todas las hojas, pétalos y virutas sobre ella en los patrones que desea recrear, y luego enrolla todo y los cuece al vapor en una olla especial que usa para introducir la seda. En un día puede hacer unas cuatro telas, que deben permanecer en el agua hirviente por 1 hora y 45 minutos, para asegurar la transferencia de los patrones y los colores.
A pesar de lo largo y tedioso que puede ser el proceso, Cindy ama cada segundo y destaca, en especial, un momento particular como su preferido: ama la sorpresa final que le brinda cada pieza. Por más tiempo que dedique a crear sus patrones y por más ideas que pueda tener sobre cómo resultarán sus telas, una vez transferidos los colores y patrones al textil, el producto final siempre será desconocido, y puede ser distinto a lo que pensaba. Ese sentido de sorpresa la mantiene siempre activa y curiosa dentro de su proceso artesanal.
“El arte textil en Puerto Rico ahora es que está cogiendo auge. Cuando yo empecé, empecé haciendo arte, pero terminé con la ropa porque cuando salí de la IUPI, eso era lo que me interesaba. Pero sí, me vislumbro haciendo arte y haciendo esto por el resto de mi vida”
Su encuentro con la talla parece haber sido predestinado.
“Empecé a tallar desde los 10 años, cuando pisé un pedazo de madera y tenía la forma de un pajarito. Desde ahí fue mi primer contacto con la con lo que era la talla. Lo hice experimentando, porque no tenía un conocimiento de lo que estaba haciendo, pero luego, con el transcurso de los años, pues entré a ese mundo y a crear artesanías. Conseguí mi licencia como artesano y tenía 11 años en aquel momento”, cuenta Alex Ríos Fernández.
Sobre su mesa reposan lo que parecen ser ejemplos maravillosos de taxidermia en la forma de tres espectaculares pájaros. Pero aquí no hay pluma ni pico que sea real. Todo está hecho en madera. A lo largo de su carrera, Alex ha logrado llevar su arte a un nivel de hiperrealismo que genuinamente confunde a los sentidos, pues al ver sus piezas el ojo queda engañado y en espera de escuchar a alguna de ellas cantar o echar vuelo en cualquier momento.
Le ha dedicado larguísimas horas a estudiar la anatomía y el comportamiento de estos animales para poder plasmarlos en madera de forma tan trascendental. Su arte lo ha llevado por distintas partes del mundo como China, Camboya y varios países de Europa y América. Hoy, es considerado un maestro de la talla en países como Estados Unidos, Canada y Japón.
“Una pieza como la reinita galana me coge tres meses, la calandria cuatro meses y el patito un mes y medio”, explica, señalando a cada una de las piezas sobre la mesa.
Usa principalmente madera de laurel, y busca, activamente, que todo lo que se incluya en su trabajo parezca vivo, desde el animal principal, hasta el follaje, flores, hongos y hojas que decoran la pieza.
Las aves como sujeto principal de su trabajo también llegaron de forma natural.
“Siempre quería hacer un gallo de pelea, porque mi familia tiene gallos de pelea, y ese fue como que el primer reto, y como lo primero que pisé en la madera fue esa mancha como una cotorra, que fue lo primero que hice, en el transcurso de los años me encaminé a perfeccionarla. Uno puede ser bueno en muchas ramas del arte, pero siempre hay que buscar la manera de perfeccionarse y de sacar lo mejor de uno en algo, porque mientras uno se mantenga brincando en diferentes ramas, nunca va a ser bueno en ninguna”, comparte, dando gracias por el camino que le ha tocado recorrer.
Norma Gómez Rodríguez comenzó a trabajar con el petate luego de culminar una exitosa y larga carrera como técnico de farmacia. Le dedico 32 años a su profesión, y al terminar, buscaba hacer algo productivo con su tiempo.
“Por esas cosas de la vida, el Señor me lleva por este camino, y conozco a Beatriz Nazario, que es una maestra artesana y ella me enseña a trabajar las técnicas básicas del tejido del petate”, cuenta.
En esta vida no hay casualidades. Norma es natural de Sábana Grande, pueblo conocido como “La ciudad del petate”. Allí, por años incontables, hombres y mujeres se han dedicado a crear cosas entretejiendo finas hojas de palma, para crear muebles, sombreros, canastas, bolsas, y todo aquello que el medio y la imaginación permitan hacer.
“La materia prima es el cogollo de la palma. Se extrae verde, se deja secar y una vez está seco, se puede trabajar en su color natural o se puede teñir la fibra. La fibra se teje, pero hay distintas formas de tejerla”, explica.
“Yo siempre digo que no he sido yo la que he querido las cosas, porque yo pienso que yo no he sabido lo que he querido. Ha sido el Señor el que me ha llevado, porque yo tampoco quería estudiar farmacia, eso fue un profesor, que pasa por mi lado, ve mis notas y me invita a estudiar para técnico de farmacia. Y lo mismo sucede con el petate, es doña Beatriz la que me hace la invitación a tomar el taller. Esto es una terapia, el yo poder crear cosas nuevas, me lleva a salir de mi hogar, a conocer nuevas personas, hasta cierto punto te va abriendo puertas. Vas conociendo muchas personas y a la vez estás poniendo tu mente a producir. Esto es un arte ancestral y hay que darle vida, debe haber más personas que se interesen en aprender este arte porque pueden crear muchas cosas. El petate no puede morir”, dice, y saca una pequeña cruz hecha de petate y se la regala a su entrevistador, como una pequeña bendición.
La Feria Anual de Artesanías de Plaza las Américas estará abierta al público hasta el 29 de junio. Durante las dos semanas de la feria, participan un total de 260 artesanos, representando 50 renglones artesanales, y que vienen de todas partes de la isla. Habrá disponible para la venta sus creaciones en una amplia gama de renglones que incluyen talla de santos, cerámica, cuero, mosaicos, flores de papel, torno en madera, orfebrería, dulces típicos, juguetes y joyería, entre otros.
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